El invierno y el miedo

Solemos relacionarnos con nuestro entorno como si fuera un suceso separado de nosotros.

Algo de lo que sacar provecho o controlar, como si fuera una posesión.

Cuando hablamos de elementos tenemos que entender que son algo vivo; que no solamente son algo «allá a fuera», sino que impregnan toda la existencia. En realidad, formamos parte de todo lo que nos rodea.

Se dice, «como es arriba es abajo». 

Utilizamos conceptos para dar una estructura a lo que conocemos y poder comunicarlo, pero no es la realidad. 

Nos toca diferenciar el mapa del territorio.

En la medicina tradicional china relacionan el invierno con el elemento agua.

Si profundizamos vemos que el invierno es ese momento de vida y de muerte en perfecto equilibrio. Todo parece desaparecido en la naturaleza, pero es solo apariencia ya que en su interior  descansa un latir en la sombra.

Es el potencial de cada ser que pulsa por salir mientras se nutre en la quietud y la oscuridad.

Podemos transitar muchos inviernos en nuestro interior.

La relación con el agua viene por esa capacidad de descender a lo profundo. El agua siempre desciende.

Representa el origen.

Es la posibilidad, el fluir, la blandura, la flexibilidad y la fuerza.

 

Nada bajo el cielo es más blando y suave que el agua, pero cuando ataca las cosas duras y resistentes ninguna de ellas puede superarla; que lo suave vence a lo resistente y lo blando vence lo duro es algo que todo el mundo sabe, pero nadie lo utiliza _ Tao

¿Por qué hablamos de emociones?

 

La emoción es energía, no hay bondad o maldad en la emoción.

La experiencia emocional nos da el acceso a nuestra sabiduría desde la apertura y la gentileza.

El sentimiento es en sí el que enreda; añade el pensamiento en la ecuación y secuestra esa energía limitando su potencialidad. Pensar, define y reconstruye las experiencias en función de la necesidad de evitar o aferrar. Esa aparente seguridad que nos da el pensar, limita el despliegue de destrezas intuitivas capaces de transitar cualquier situación con presencia y confianza.

El miedo es la emoción que atiende a este elemento.

Puede que al hablar sobre el invierno nos afloren los conceptos de tristeza o melancolía, seguramente es porque asociamos nuestros recuerdos o vivencias a esta energía. No solemos relacionar el miedo como la emoción regente de esta estación. 

Profundicemos un poco.

El agua representa el inicio de un linaje en constante movimiento.

Podemos asociar el agua como el origen de la vida en este planeta. La vida llega desde el agua. Nosotros como seres humanos nacemos desde el útero de nuestra madre, donde vivimos en plena oscuridad, sin aire, rodeados de un medio acuoso que nos protege y nos nutre. El bebé necesita sentirse seguro.

Entonces,¿para qué sirve el miedo? nos podríamos preguntar.

El miedo protege la vida.

Es el instinto de supervivencia. Necesitamos percibirlo para sentir la necesidad de cuidarnos.

Protegernos.

Sin miedo, no podríamos sobrevivir. Esa alerta nos permite desarrollar habilidades para preservar mi existencia y la de los demás.

Es una fuerza benevolente que nos cuida para poder también cuidar.

Pero esta energía del miedo sostenida en el tiempo, cuando no hay nada real que proteger, genera un desequilibrio que endurece, congela y paraliza cualquier forma vital de existencia.

Nuestros traumas, patrones y tendencias, cuando viajan desbocadas, no nos permiten ninguna opción creativa  que sea plausible. Es un mundo infinito de ideas proyectadas que nos sostienen en ese estado de parálisis o reacción.

¿Cuál es tu relación con el miedo?

 

¿Te estimula o te paraliza?

No hay que pretender vivir sin miedo (en realidad no es posible). Forma parte de nuestra existencia como seres vivos. 

¿Te limita o te transforma?

Aprender a redefinir nuestra relación con esta emoción es primordial para vivir una vida plena.  Para ello es importante comprenderla y vivirla como aliada y no como enemiga. 

Comienza donde estás, es el lugar perfecto,

Honra lo que tienes y haz lo que puedas.

Tómalo con calma, ternura y siempre con amor.

 

 

Photo by Francesco Ungaro

 

 

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